I- Entre sangre y muerte

Año 2998 de la Tercera Edad, un Sol encapotado parecía predecir un duro invierno, más la ausencia de luz no era asunto natural. Una sombra se iba extendiendo lentamente, en silencio,  y todo el mundo al este de de la Ciudad Blanca temía que el viejo enemigo retomara las tierras que na vez fueron suyas. La gemela malvada de la capital de los hombres parecía tener un movimiento atípico, la otrora majestuosa Minas Ithil estaba ahora arruinada, corrupta y despoblada... de hombres al menos. El Capitán Negro se había encargado personalmente de levantar otra Angmar al sur, los espectros,orcos y otros seres inimaginables habitaban las amplias avenidas y las embrujadas estancias de la ciudad fortaleza.

No era sólo el movimiento de manadas de orcos ni la creciente oscuridad lo que temían los pueblos de los hombres a los pies de las montañas negras de Mordor, sino al enemigo invisible, a las plagas del señor de los Nazgûl.

En las tierras de Anórien, cerca del bosque de Firien había un pueblo, de costumbres ganaderas, que alimentaba a un buen número de reses con las abundantes y verdes hierbas regadas por las Bocas del Entaguas. Era un lugar plácido y que no acostumbraba a sufrir sobresaltos, salvo por las esporádicas visitas de viajeros provenientes de Gondor o jinetes que llegaban desde el paso de Rohan, pero esa nublada noche iba a ser diferente y contraria a sus parsimoniosos hábitos.

Faltaban pocas horas para el alba, y una compañía de mercenarios transitaba hacia regiones meridionales para ofrecer sus servicios a la guardia gondoriana, pues de todos era conocido el creciente peligro en la tierra negra  y era buena época para los ejércitos de alquiler. Acababan de traspasar la frontera norte del país cuando su camino se vio interrumpido, columnas de humo ennegrecían las imponentes laderas de las Montañas Blancas. Las ascuas de grandes fuegos carcomían los restos de  humildes chozas  y aullidos de lobo inundaban el aire viciado. Por curiosidad o por piedad, el líder mercenario, un taimado guerrero llamado Maldred, cambió el rumbo de su comitiva hacia tan fausto paraje.La imagen que pudieron observar bien podía pertenecer al propio averno o a los sueños mas oscuros del ya olvidado Morgoth. Las polvorientas calles estaban sembradas de cadáveres, tanto humanos cómo del ganado que les servía de substento. Decenas de lobos rondaban dando cuenta de tan suculento regalo, aquí y allá se podían sentir las riñas por los últimos restos de algún desgraciado mientras otros de estos seres descansaban sus vientres hinchados después del festín. Sólo se vieron interrumpidos por la llegada de los hombres, que impertérritos cruzaron las callejuelas de la aldea. Los lomos se erizaron, y los colmillos enseñaron, de sus gargantas surgieron profundos gruñidos, más su instinto de supervivencia venció y dejando su alimento huyeron hacia el bosque, rabo entre las piernas. Horcas, hoces, palas y demás herramientas parecieron haber servido de armas a los desafortunados aldeanos. Aldeanos un tanto multiculturales, tanto hombres del este como sureños estaban entre las víctimas, refugiados sin duda de las tierras tomadas por el señor oscuro. Pero más adelante se encontraba el horror, un árbol pelado por el clima había recobrado su frondosidad, una frondosidad de carne. Cuerpos ahorcados pendían con la suave brisa y sólo el roce de las cuerdas rompían ahora el silencio que dejaron tras de si los comensales lupinos.

Un sollozo hizo volver a la realidad a la compañía, un cuerpo femenino descansaba acurrucado bajo las prominentes raíces teñidas de sangre del esqueleto arbóreo. Sujetaba algo con sus brazos, el cadáver de un recién nacido que todavía poseía el cordón umbilical. Asombrado, el viejo capitán observó tanto la negra marca de la soga en el cuello de la joven cómo la certera puñalada en el tórax. Dio la orden para detener la marcha y descendió de su montura para aproximarse. Al levantar su cabeza, pudo ver sus facciones, su tez morena y sus ojos grises vidriosos llenos de lágrimas y desesperación. A su lado un cuchillo, y restos de la soga que anteriormente, sin duda, la había tenido presa a las desoladas ramas. De alguna forma encontró en su debilidad las fuerzas necesarias para liberarse de su oscuro destino. Lo justo para dar a luz a su hijo que pareció unirse al pueblo en la quietud de la muerte.

De sus carnosos y cortados labios parecieron escaparse unas tenues palabras, apenas un susurro.


- Erathorn...su nombre es Erathorn -susurró la mujer-
- ¡¿Pero quién ha hecho esto?! -gritó el capitán-
- Vinieron...por mí...

Su alma no aguantó más, su voz enmudeció, sus ojos se apagaron y el paquete que sujetaba cayó de sus manos ensangrentadas. Al ver esto, de un carro bajó corriendo una mujer, se trataba de Jerriad, esposa de Maldred la cual había enloquecido por un reciente aborto. Trastabillaba y balbuceaba al tiempo que se lanzaba hacia el charco de sangre y líquido amniótico dónde reposaba ahora el bebé inerte.

- Jerriad...-acertó a decir Maldred
- Mi bebé, es mi bebé...

- Está muerto, déjalo con su madre.
- ¡No está muerto!Solo... duerme

- ¡DÉJALO YA!¡ESTÁ MUERTO, AL IGUAL QUE TU HIJO!

Le golpeó con tanta violencia que ambos, mujer y recién nacido cayeron al embarrado suelo. Las lágrimas caían por las pálidas mejillas de Jerriad y el capitán, recuperándose de su arranque de furia se propuso a levantar a su esposa cuando un estallido pareció romper la escena, al igual que lo hace un relámpago inesperado en una cálida noche de verano. El primer aliento que anuncia una vida, el llanto de un recién nacido.

Erathorn nació cómo vivió...entre sangre y muerte.

1 comentario:

  1. entrado en ciugaro vi el link de donde anunciaban que escribían relatos basados en Tolkien, a lo cual me decidí a leer la primera narración,he de decir que es bastante aceptable ,mas solo seria bueno en darle un poco mas de énfasis en los lapsos de la historia,con eso quedaría mucho mejor.,pero los felicito por el escrito ya que es bueno.

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