El frío parecía introducirse en los huesos en aquellas
regiones septentrionales. Los bosques perennes permanecían inmutables al paso
de la estación otoñal y a las primeras nevadas. Un fino manto blanco cubría la
oscura tierra abonada por los años y años del lento transitar de la vida.
Una figura oscura cruzaba esas tierras, un hombre de alta
talla y encapuchado parecía viajar al norte, siempre al norte. Neithan llevaba
viviendo así desde hacía años, dejando tras de si lo que una vez pudo
considerar su hogar. Antes de la caída del enemigo fue expulsado por sus
semejantes y desde entonces no había dejado de caminar. Iba embozado en una
holgada capa gastada por el uso y bien abrigado por pieles de los animales que
en algún momento le sirvieron de alimento. Entre las numerosas capas que utilizaba de escudo frente al clima se entreveía el brillo casi apagado de una
vieja cota de malla. No mostraba su rostro, estaba oculto entre telas y la
capucha ensombrecía lo poco que exponía al traicionero frio. Y de ahí provenía
el único brillo reconocible de la sombría silueta, dos ojos grises parecían
refulgir con luz propia. Miraban con la luz del que ha visto todo, pero
enmarcados en una cara que aparentaba haber contemplado pocos veranos.
Portaba varios bultos en su erguida espalda que sin duda
guardaban los instrumentos para su supervivencia, pero entre todas sus
pertenencias destacaba una. Una empuñadura envuelta en pardo cuero de más de 30
centímetros sobresalía por detrás de su hombro derecho. Su acero cruzaba hasta
llegar casi a la altura de su corva izquierda, estaba sucio y oscurecido pero
cuidado. Su filo aparentaba haber probado en numerosas ocasiones el metálico chocar
con sus semejantes y bebido de la sangre
de los enemigos de su amo. Era considerada por su portador como su hermana, la
culpable de que sus pulmones aún respirasen y que su corazón todavía latiese.
Mientras el sol llegaba a su destino diario y las sombras se
alargaban anunciando la pronta noche, Neithan inició la rutinaria labor de
encontrar un lugar para pasar la traicionera noche y resguardarse del malévolo
filo del frio. Afortunadamente, encontró una covacha cercana a un manantial
donde se detuvo para llenar sus cantimploras de viaje. El interior parecía
servir de parada habitual para los pastores de la zona. Restos de una hoguera,
huesos de conejos ennegrecidos esparcidos por doquier y excrementos de ganado
ovino decoraban el suelo del granítico agujero.
Colocó una lana oscura en la entrada a modo de cortina para
evitar que desde el exterior se pudiera advertir el brillo de las llamas que
dentro ardían para calentar el aire que contenían las frías paredes de roca. La
noche había alcanzado el lugar, y Neithan no acostumbraba a dormir demasiado. El
día era su aliado, e incluso antes de que amaneciera debería partir.
Ruido en el exterior.
Voces humanas, cascos de caballos, y no solo eso. El pesado
chirriar de un viejo carro.
Los músculos se tensaron mientras buscaba su acero. La
precaución le había salvado la vida demasiadas veces.
Habían pasado varias horas desde que el sueño embargara al
caminante pues la hoguera se había transformado en unas cuantas motas
refulgentes en la oscuridad. Al incorporarse y echar una ojeada a través de la
boca de la cueva. Neithan pudo percibir el brillo de un fuego y sombras danzantes proyectadas entre los
árboles.
Al poco tiempo, una de ellas pareció separarse del resto,
dejando de bailar, tomando una forma más nítida y reconocible. Se acercó al
agua, que en su oscuridad reflejaba la luna que entre los penachos de nubes refulgía
con blanquecina luz. No era alto, y pese a las numerosas capas de ropa se
entreveía su complexión delicada. Su rostro lampiño se iluminó a la luz de la
luna y fue ahí cuando se dio cuenta de que no era más que un niño que parecía
temblar al contacto la cristalina superficie.
Neithan se relajó, y sonriéndose de su desmesurada
precaución se adelantó para conocer la razón del paso de estas gentes por tan
desolada región.
-¡Chico!
El muchacho dio un respingo, y el odre que sujetaba se le
escapó de las manos. Sus ojos desencajados miraron hacía la oscuridad de dónde
provenía la ronca voz.
-No te asustes, solo soy un viajero y no voy a hacerte
daño.-añadió divertido Neithan-
-Y yo te digo que no te acerques, viajero o no, dejarás de caminar si te
mueves. – respondió el muchacho temblando mientras sacaba una daga de sus
ropajes-
Neithan no se detuvo, y encarándose al chico sostuvo la mano
que empuñaba el cuchillo.
-Un arma solo es útil si el que la empuña está seguro que la
va a utilizar.
Dicho esto, el guerrero
se agachó y recogió el recipiente cerámico que descansaba vacío sobre el barro,
lo llenó y se lo devolvió al chico con una afable sonrisa.
-Gracias pero ¿os podría preguntar que haceis en estos parajes?
-Se cuenta que el antiguo reino de Arnor es hogar todavía de
muchas de las criaturas de Sauron, se puede decir que las persigo. Y vosotros,
¿hacia dónde se dirige vuestra compañía?
-Somos simples mercaderes, nos dirigimos a la última posada
para comerciar. La que se hace llamar reina de Rhudaur reclama un impuesto a
todos los habitantes para guerrear con las distintas tribus que reclaman las
tierras. Para nosotros es duro conseguir el dinero suficiente para satisfacer
el diezmo sobre todo en tierras tan desoladas.
-¿Reina? Tenía entendido que esto formaba parte de los
Reinos Unificados tutelados por el nuevo Rey de Gondor…
-Estas tierras son salvajes, el poder de Gondor está muy
lejos como para entender lo que aquí
acontece.
Neithan se quedó en silencio, pensativo. Al parecer no solo
eran orcos lo que avasallaba a estas gentes. Las guerras, el dinero, y las
disputas por el poder atenazaban el corazón de los pobladores de Arnor.
Un canto rompió sus pensamientos, la voz de un hombre ya
bien maduro se percibía entre los árboles. Una canción entre melancólica y
esperanzadora resonaba en la arboleda como en una suerte de instrumento
improvisado.
La era del rey ha
llegado
Los viejos castillos
se elevaran
La primavera a la
tierra volverá
El rey , a la
oscuridad ha expulsado
Oh, el rey ha vuelto
La paz bajo su juicio
reinará
Arnor de nuevo
florecerá
Nuestras tierras no
han muerto
Cuando las sombras se
hallan disuelto
La oscuridad se
marchará
Y sin ella Rhudaur
renacerá
Oh si! Anunciad que
el rey ha vuelto
El chico miraba al guerrero que escuchaba atentamente una a
una las estrofas de la melodía. Su rostro encapuchado mostraba sus grisáceos
ojos brillar a la luz de la luna. Parecían esperanzados, como si cada palabra
que se entonaba afectaran personalmente al misterioso viajero.
-¿Cómo te puedo llamar?-se atrevió a preguntar
- En estas tierras y más al sur me llaman Neithan.
-Será un placer compartir camino contigo, Neithan. Espero
que encuentres lo que buscas aquí.
Al escuchar esto, no pudo reprimir una sincera sonrisa mientras recordaba las palabras de un viejo maestro al que un día consideró su padre:
“Recuerda hijo mío, nunca dejes de ser
rebelde, rebelde y beligerante, para que incluso en tiempos de paz, cuando el
corrupto o el malvado intente hacer el daño, te escudes en la beligerancia y
esgrimas la rebeldía por el bien de los pobres oprimidos que sin embargo poseen
la riqueza de un espíritu libre.”
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