III- Nieve bajo sus pies



El frío parecía introducirse en los huesos en aquellas regiones septentrionales. Los bosques perennes permanecían inmutables al paso de la estación otoñal y a las primeras nevadas. Un fino manto blanco cubría la oscura tierra abonada por los años y años del lento transitar de la vida.

Una figura oscura cruzaba esas tierras, un hombre de alta talla y encapuchado parecía viajar al norte, siempre al norte. Neithan llevaba viviendo así desde hacía años, dejando tras de si lo que una vez pudo considerar su hogar. Antes de la caída del enemigo fue expulsado por sus semejantes y desde entonces no había dejado de caminar. Iba embozado en una holgada capa gastada por el uso y bien abrigado por pieles de los animales que en algún momento le sirvieron de alimento. Entre las numerosas capas que utilizaba de escudo frente al clima se entreveía el brillo casi apagado de una vieja cota de malla. No mostraba su rostro, estaba oculto entre telas y la capucha ensombrecía lo poco que exponía al traicionero frio. Y de ahí provenía el único brillo reconocible de la sombría silueta, dos ojos grises parecían refulgir con luz propia. Miraban con la luz del que ha visto todo, pero enmarcados en una cara que aparentaba haber contemplado pocos veranos. 

Portaba varios bultos en su erguida espalda que sin duda guardaban los instrumentos para su supervivencia, pero entre todas sus pertenencias destacaba una. Una empuñadura  envuelta en pardo cuero de más de 30 centímetros sobresalía por detrás de su hombro derecho. Su acero cruzaba hasta llegar casi a la altura de su corva izquierda, estaba sucio y oscurecido pero cuidado. Su filo aparentaba haber probado en numerosas ocasiones el metálico chocar con sus semejantes y  bebido de la sangre de los enemigos de su amo. Era considerada por su portador como su hermana, la culpable de que sus pulmones aún respirasen y que su corazón todavía latiese.

Mientras el sol llegaba a su destino diario y las sombras se alargaban anunciando la pronta noche, Neithan inició la rutinaria labor de encontrar un lugar para pasar la traicionera noche y resguardarse del malévolo filo del frio. Afortunadamente, encontró una covacha cercana a un manantial donde se detuvo para llenar sus cantimploras de viaje. El interior parecía servir de parada habitual para los pastores de la zona. Restos de una hoguera, huesos de conejos ennegrecidos esparcidos por doquier y excrementos de ganado ovino decoraban el suelo del granítico agujero.
Colocó una lana oscura en la entrada a modo de cortina para evitar que desde el exterior se pudiera advertir el brillo de las llamas que dentro ardían para calentar el aire que contenían las frías paredes de roca. La noche había alcanzado el lugar, y Neithan no acostumbraba a dormir demasiado. El día era su aliado, e incluso antes de que amaneciera debería partir.

Ruido en el exterior.

Voces humanas, cascos de caballos, y no solo eso. El pesado chirriar de un viejo carro.
Los músculos se tensaron mientras buscaba su acero. La precaución le había salvado la vida demasiadas veces.

Habían pasado varias horas desde que el sueño embargara al caminante pues la hoguera se había transformado en unas cuantas motas refulgentes en la oscuridad. Al incorporarse y echar una ojeada a través de la boca de la cueva. Neithan pudo percibir el brillo de un fuego  y sombras danzantes proyectadas entre los árboles. 

Al poco tiempo, una de ellas pareció separarse del resto, dejando de bailar, tomando una forma más nítida y reconocible. Se acercó al agua, que en su oscuridad reflejaba la luna que entre los penachos de nubes refulgía con blanquecina luz. No era alto, y pese a las numerosas capas de ropa se entreveía su complexión delicada. Su rostro lampiño se iluminó a la luz de la luna y fue ahí cuando se dio cuenta de que no era más que un niño que parecía temblar al contacto la cristalina superficie.
Neithan se relajó, y sonriéndose de su desmesurada precaución se adelantó para conocer la razón del paso de estas gentes por tan desolada región.

-¡Chico!

El muchacho dio un respingo, y el odre que sujetaba se le escapó de las manos. Sus ojos desencajados miraron hacía la oscuridad de dónde provenía la ronca voz.

-No te asustes, solo soy un viajero y no voy a hacerte daño.-añadió divertido Neithan-

-Y yo te digo que no te acerques, viajero o no, dejarás de caminar si te mueves. – respondió el muchacho temblando mientras sacaba una daga de sus ropajes-

Neithan no se detuvo, y encarándose al chico sostuvo la mano que empuñaba el cuchillo.
-Un arma solo es útil si el que la empuña está seguro que la va a utilizar.

 Dicho esto, el guerrero se agachó y recogió el recipiente cerámico que descansaba vacío sobre el barro, lo llenó y se lo devolvió al chico con una afable sonrisa.

-Gracias pero ¿os podría preguntar que haceis en estos parajes?

-Se cuenta que el antiguo reino de Arnor es hogar todavía de muchas de las criaturas de Sauron, se puede decir que las persigo. Y vosotros, ¿hacia dónde se dirige vuestra compañía?

-Somos simples mercaderes, nos dirigimos a la última posada para comerciar. La que se hace llamar reina de Rhudaur reclama un impuesto a todos los habitantes para guerrear con las distintas tribus que reclaman las tierras. Para nosotros es duro conseguir el dinero suficiente para satisfacer el diezmo sobre todo en tierras tan desoladas.

-¿Reina? Tenía entendido que esto formaba parte de los Reinos Unificados tutelados por el nuevo Rey de Gondor…

-Estas tierras son salvajes, el poder de Gondor está muy lejos como para entender  lo que aquí acontece.

Neithan se quedó en silencio, pensativo. Al parecer no solo eran orcos lo que avasallaba a estas gentes. Las guerras, el dinero, y las disputas por el poder atenazaban el corazón de los pobladores de Arnor.

Un canto rompió sus pensamientos, la voz de un hombre ya bien maduro se percibía entre los árboles. Una canción entre melancólica y esperanzadora resonaba en la arboleda como en una suerte de instrumento improvisado.

La era del rey ha llegado
Los viejos castillos se elevaran
La primavera a la tierra volverá
El rey , a la oscuridad ha expulsado

Oh, el rey ha vuelto
La paz bajo su juicio reinará
Arnor de nuevo florecerá
Nuestras tierras no han muerto

Cuando las sombras se hallan disuelto
La oscuridad se marchará
Y sin ella Rhudaur renacerá
Oh si! Anunciad que el rey ha vuelto

El chico miraba al guerrero que escuchaba atentamente una a una las estrofas de la melodía. Su rostro encapuchado mostraba sus grisáceos ojos brillar a la luz de la luna. Parecían esperanzados, como si cada palabra que se entonaba afectaran personalmente al misterioso viajero. 

-¿Cómo te puedo llamar?-se atrevió a preguntar

- En estas tierras y más al sur me llaman Neithan.

-Será un placer compartir camino contigo, Neithan. Espero que encuentres lo que buscas aquí.

Al escuchar esto, no pudo reprimir una sincera sonrisa mientras recordaba las palabras de un viejo maestro al que un día consideró su padre:

“Recuerda hijo mío, nunca dejes de ser rebelde, rebelde y beligerante, para que incluso en tiempos de paz, cuando el corrupto o el malvado intente hacer el daño, te escudes en la beligerancia y esgrimas la rebeldía por el bien de los pobres oprimidos que sin embargo poseen la riqueza de un espíritu libre.”

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